El alcalde Wilson Gutiérrez Montaña desafía al Estado de Derecho, legitima la violencia y convierte el mandato en espectáculo de sangre.
El show debe continuar… aunque sea ilegal
Ni la advertencia explícita de la Procuraduría General ni la vigencia obligatoria de la Sentencia 666 de 2010 de la Corte Constitucional detuvieron al alcalde de El Espinal, Wilson Gutiérrez Montaña. Las corralejas se celebraron con bombos, platillos y sangre: más de 15 heridos en solo dos días, entre ellos una mujer embarazada. ¿Qué clase de mandatario ignora el dolor y burla la ley para celebrar una tradición que hoy es sinónimo de barbarie?
Corralejas: violencia normalizada en nombre del “folclor”
El evento, documentado en video, exhibe la brutalidad disfrazada de tradición. Toros descontrolados, cuerpos ensangrentados, caos en las gradas. Y lo peor: todo esto con el aval del alcalde, quien no solo desatendió la ley, sino que utilizó recursos públicos y su investidura para convertir el municipio en un coliseo romano.
Este acto no es solo negligencia. Es prevaricato: una conducta punible por emitir una decisión abiertamente contraria a la ley. ¿O acaso desconoce el alcalde la sentencia que ordena suspender espectáculos donde los animales sean maltratados y las personas expuestas a peligro inminente?
Cuando el poder local se vuelve farsa autoritaria
Wilson Gutiérrez Montaña no gobierna, improvisa. No lidera, se promociona. Desde su arribo al cargo ha vendido la idea de convertir a El Espinal en un “remanso de paz” y destino turístico internacional. Pero ¿quién quiere vacacionar en una ciudad donde el alcalde legaliza el desorden y legitima la violencia?
Los decretos de seguridad que firmó en enero son papel mojado. En la práctica, lo que tenemos es un mandatario que organiza espectáculos ilegales y luego da discursos de orden. Eso no es liderazgo. Eso es cinismo institucionalizado.
De la secretaria «patrona» a los toros ensangrentados: el patrón se repite
Ya habíamos alertado sobre la estructura clientelar en la que se ha convertido su administración, con la secretaria privada —Geraldine Trujillo— ejerciendo más poder que cualquier funcionario electo, repartiéndose cargos como si fueran botines familiares. Ahora, con las corralejas, la administración muestra otro rostro igual de tóxico: el del populismo de sangre.
El pueblo quiere cultura, no carnicerías. Quiere oportunidades, no festivales medievales con cuerpos triturados por pezuñas y bestias asustadas.
¿Y la Procuraduría? ¿Y la Fiscalía?
La ciudadanía exige respuestas. Se anuncia una denuncia por prevaricato y una queja disciplinaria formal. ¿Responderán los entes de control o permitirán, una vez más, que la impunidad baile al ritmo del folclor sangriento?
¿Quién responde por la mujer embarazada herida? ¿Por los 15 ciudadanos lesionados? ¿Por el uso de recursos públicos en eventos ilegales? ¿Por convertir al municipio en el escenario de una masacre anunciada?
La política no es circo, pero en El Espinal ya montaron la carpa
Mientras los espinalunos esperan desarrollo urbano, servicios de calidad y empleo digno, su alcalde les da corralejas. Este no es un acto aislado; es una muestra brutal del diseño estructural del poder en Colombia, donde la ley se acomoda, se ignora o se rompe según convenga al “señor feudal” de turnoCorrupción estructuralLa Cara Oculta del Poder.
La ética no entra, el cálculo sí. Porque aquí el poder no se comparte, se negocia. Y las víctimas, como siempre, son los ciudadanos.