Del verde esperanza al verde billete: la metamorfosis de un partido que predicaba ética y hoy protagoniza los mismos vicios que juraba combatir
Hace apenas quince años, el color verde en la política colombiana simbolizaba una promesa refrescante: la de barrer con las viejas prácticas clientelistas y corruptas que han carcomido las instituciones del país durante décadas. El Partido Verde emergió como un faro de esperanza, abanderado de la transparencia y la ética pública. Sus líderes recorrían el país con discursos encendidos sobre la necesidad de transformar la política colombiana, de acabar con la corrupción enquistada en el Estado. Impulsaron con fervor una consulta anticorrupción y se presentaron ante el electorado como la alternativa limpia frente a la podredumbre tradicional.
Qué irónico resulta entonces —o quizás predecible, para los más cínicos observadores de nuestra realidad política— que hoy ese mismo partido se encuentre sumergido hasta el cuello en los pantanos de la corrupción que tanto criticó. La metamorfosis ha sido tan completa que cuesta reconocer en el actual Partido Verde algún vestigio de aquellos principios fundacionales.
La Verdad Oculta: El partido que cambió de piel
Para entender esta transformación, debemos ir más allá de los titulares escandalosos y adentrarnos en los mecanismos invisibles que permiten que un partido político abandone sus principios con tanta facilidad. No estamos ante simples casos aislados de «manzanas podridas», como suelen justificar los defensores del statu quo. Lo que presenciamos es el resultado de un sistema diseñado para corromper incluso a quienes llegan con las mejores intenciones.
El caso del SENA es apenas la punta del iceberg. Jorge Eduardo Londoño Ulloa, militante verde y actual director de esta institución, junto con el representante David Racero, no inventaron el clientelismo ni el tráfico de influencias. Simplemente se adaptaron a un engranaje preexistente, uno que funciona con la precisión de un reloj suizo cuando se trata de repartir contratos y puestos. Los audios revelados, donde aparentemente discuten cómo vincular personal y amañar concursos, no son más que la evidencia de un ritual de iniciación en la política colombiana: aprender a usar el poder para beneficio propio y de los cercanos.
Pero el verdadero escándalo no es que existan estos audios. El verdadero escándalo es que a nadie le sorprenda realmente. La sociedad colombiana ha normalizado tanto la corrupción que ya ni siquiera genera indignación genuina. Se ha convertido en un espectáculo más, en el pan y circo de nuestra decadente democracia.
La Lógica Invisible: El Poder corrompe, y el Partido Verde no era inmune
Existe una lógica invisible, casi matemática, en la forma en que el poder corrompe. El Partido Verde no ha sido la excepción a esta regla no escrita de la política colombiana. Lo que comenzó como pequeñas concesiones —»solo por esta vez
«, «es por el bien mayor
«, «todos lo hacen
«— terminó convirtiéndose en un modus operandi.
Carlos Ramón González, exdirector de la DNI y del Dapre, militante verde hasta la médula, será imputado por cohecho, peculado por apropiación y lavado de activos. La Fiscalía ha solicitado medida de aseguramiento. González, según testimonios, habría sido uno de los arquitectos del esquema de coimas y contratos para congresistas a cambio de apoyo legislativo. Una práctica tan vieja como nuestra república, pero que adquiere tintes especialmente grotescos cuando viene de quienes se presentaron como renovadores de la política.
La matemática del poder es implacable: a mayor acceso a recursos públicos, mayor tentación de desviarlos. Y el Partido Verde ha tenido acceso privilegiado a esos recursos en el gobierno actual. Jorge Londoño en el SENA, Mauricio Toro en el ICETEX, Diego Cancino como viceministro de Interior, Luis Carlos Leal en la Superintendencia de Salud, Wilmer Leal en el Fondo Colombia en Paz, Sandra Ortiz como consejera presidencial… La lista de cargos estratégicos ocupados por militantes verdes es extensa y, aparentemente, también lo es la lista de irregularidades en su gestión.
El Impacto Oculto: Cuando la Corrupción Verde afecta a los más vulnerables
Detrás de cada peso desviado en el SENA hay un joven que no recibirá formación técnica de calidad. Detrás de cada contrato amañado en la UNGRD hay comunidades vulnerables que no recibirán atención adecuada ante desastres naturales. La corrupción no es un delito sin víctimas; es un crimen que afecta desproporcionadamente a quienes menos tienen.
El caso de Sergio Fajardo ilustra perfectamente esta dinámica. La Procuraduría le profirió pliego de cargos por irregularidades en la contratación del túnel del Toyo. Según el organismo disciplinario, como gobernador habría suscrito directamente un convenio interadministrativo con el IDEA para administrar más de $1,3 billones de pesos, cuando lo correcto era contratar una fiducia mediante licitación pública. Ese dinero, que debía servir para mejorar la infraestructura y la calidad de vida de los antioqueños, quedó en manos de una entidad que, según la Procuraduría, «no tenía la capacidad para asumir las obligaciones del contrato
».
Y mientras tanto, ¿qué sucede con los ciudadanos que confiaron en el Partido Verde? Aquellos que votaron por una alternativa ética, que creyeron en la promesa de una política diferente, hoy se encuentran huérfanos de representación. La traición no es solo a unos principios abstractos; es una traición a millones de colombianos que depositaron su esperanza en un cambio real.
La Claudia López y la confesión involuntaria
Resulta revelador que la propia Claudia López, figura emblemática del Partido Verde y exalcaldesa de Bogotá, haya renunciado a la colectividad alegando que ésta «terminó cooptada y controlada por una minoría petrista que no representa ni honra los valores, prácticas y principios
» que ella dice defender. Lo que López no menciona es que ella misma, junto con su esposa, la congresista Angélica Lozano, está siendo investigada por la Fiscalía por posibles irregularidades en la segunda línea del Metro de Bogotá y en la financiación de la campaña al Senado de Lozano.
La ironía es casi poética: quien fuera una de las voces más estridentes contra la corrupción, quien levantaba el dedo acusador contra los políticos tradicionales, hoy enfrenta sus propios demonios. Y en su salida del partido, en lugar de hacer una autocrítica profunda, prefiere culpar a otros, perpetuando así el ciclo de negación que caracteriza a nuestra clase política.
Del Verde Esperanza al Verde Dólar: una transformación predecible
Los analistas políticos señalan que el Partido Verde ha sucumbido al poder y la corrupción, como tantas otras colectividades antes que él. Pero esta explicación, aunque cierta, resulta insuficiente. No estamos ante un simple caso de debilidad moral individual, sino ante un sistema diseñado para corromper, para absorber y neutralizar cualquier intento de cambio real.
El caso de la concejal Angélica Hodge en Cartagena es ilustrativo. En unos audios filtrados, expresaba su malestar porque no le entregaron en la Secretaría General un puesto que había solicitado para una allegada. El clientelismo en su expresión más cruda y descarnada, practicado por una representante del partido que supuestamente venía a combatir esas prácticas.
La transformación del Partido Verde no es una anomalía; es la regla en un sistema político diseñado para perpetuar privilegios y mantener el statu quo. La verdadera pregunta no es por qué el Partido Verde se corrompió, sino cómo esperábamos que fuera diferente dentro de un sistema que premia la corrupción y castiga la integridad.
Más allá de la indignación: Hacia una comprensión sistémica
La indignación es una respuesta natural ante estos escándalos, pero resulta insuficiente si no va acompañada de una comprensión profunda de los mecanismos que permiten y perpetúan la corrupción. Necesitamos ir más allá de los titulares escandalosos y entender las estructuras de poder, los incentivos perversos y las dinámicas sociales que hacen que la corrupción sea no solo posible, sino casi inevitable en nuestro sistema político.
El Partido Verde no es excepcional en su caída; es un ejemplo más de cómo el sistema absorbe y corrompe incluso a quienes llegan con intenciones reformistas. La lección no es que todos los políticos sean inherentemente corruptos, sino que el sistema está diseñado para corromperlos, para integrarlos a las viejas prácticas, para neutralizar cualquier intento de cambio real.
Conclusión: La Verdad que duele pero libera
La historia del Partido Verde es, en muchos sentidos, la historia de Colombia: un ciclo interminable de esperanzas traicionadas, de promesas incumplidas, de revoluciones que terminan pareciéndose demasiado a lo que vinieron a cambiar. Pero reconocer esta realidad, por dolorosa que sea, es el primer paso para transformarla.
La verdad no solo se lee, se siente. Y la verdad sobre el Partido Verde duele precisamente porque muchos depositaron en él esperanzas genuinas de cambio. Pero es una verdad que también libera, porque nos permite ver con claridad los mecanismos que perpetúan la corrupción y, tal vez, comenzar a desmantelarlos.
El verde esperanza se transformó en verde dólar. La pregunta ahora es: ¿seguiremos esperando salvadores que inevitablemente nos decepcionarán, o comenzaremos a construir un sistema que no dependa de la integridad individual de unos pocos, sino que tenga mecanismos efectivos para prevenir y castigar la corrupción, venga de donde venga?
La respuesta a esa pregunta definirá no solo el futuro del Partido Verde, sino el futuro de Colombia como nación.